El Día de Muertos
en la visión indígena implica el retorno transitorio de las ánimas de los
difuntos, quienes regresan a casa, al mundo de los vivos, para convivir con los
familiares y para nutrirse de la esencia del alimento que se les ofrece en los
altares puestos en su honor.
En esta celebración
de Día de Muertos, la muerte no representa una ausencia sino a una presencia
viva; la muerte es un símbolo de la vida que se materializa en el altar
ofrecido. En este sentido se trata de una celebración que conlleva una gran
trascendencia popular ya que comprende diversos significados, desde filosóficos
hasta materiales.
Su origen se ubica
en la armonía entre la celebración de los rituales religiosos católicos traídos
por los españoles y la conmemoración del día de muertos que los indígenas
realizaban desde los tiempos prehispánicos; los antiguos mexicas, mixtecas,
texcocanos, zapotecas, tlaxcaltecas, totonacas y otros pueblos originarios de
nuestro país, trasladaron la veneración de sus muertos al calendario cristiano,
la cual coincidía con el final del ciclo agrícola del maíz, principal cultivo
alimentario del país.
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